miércoles, febrero 08, 2006

Este es el diario de Niña Jonás (8)

Esta mañana me despertó un repartidor de leche a domicilio.
Dormía profundamente cuando oí que llamaban insistentemente al timbre; me llevé un susto considerable y pensé que lo mismo se estaba incendiando el edificio, pero cuando abrí la puerta me encontré con un tipo todo vestido de blanco que, forzando una sonrisa e intentando mirarme a los ojos, me preguntó si conocía las virtudes de los principios de la soja, que unidos a los beneficios de la leche, proporcionan bienestar y garantizan una salud de hierro para mí y todos los miembros de mi familia. Esto lo entendí a la segunda, ya que tras el primer intento, y teniendo en cuenta que yo estaba aún con la mitad de mis funciones cerebrales inactivas por la proximidad del sueño, sólo acerté a decirle ¡¿qué?! Así que el tipo, que se parecía a alguien pero no conseguía recordar a quién, me miro muy rápido de arriba abajo como tres o cuatro veces, tragó saliva y, forzando aún más la sonrisa, me repitió el speech y me regaló un pack consistente en dos yogures naturales y dos mini-tetrabricks de leche con extracto de soja con su correspondiente pajita.
Yo no sabía si le tenía que dar una propina o algo, pero como no tenía monedas en los bolsillos, fundamentalmente porque no suelo llevar bolsillos en las bragas, sólo le di las gracias.
Me dispuse a desayunar justo cuando sonó el radiodespertador, por lo que supe que eran las diez en punto.
Me eché el contenido de uno de los mini-tetrabricks en los cereales transgénicos que me tomo todas las mañanas y me los comí mientras leía la interminable lista de ingredientes que necesita hoy en día la leche para saber más dulce (yo, de pequeña, le echaba azúcar) y comprobé que el producto en cuestión tenía, de soja, un 2%. No sé si en esa cantidad las isoflavonas tendrán fuerza para producir, en mí o en mi familia, el efecto que de ellas se espera. Pero estaba rica, lo reconozco.
Me tomé también uno de los yogures, pero antes de llegar a los porcentajes, algo en la radio captó mi atención. Una mujer leía un poema que, a juzgar por la descripción que se hacía de cuerpos desnudos entrelazados, sudores y clímax podría considerarse erótico, pero no fue tanto el poema lo que me llamó la atención, como la voz de la mujer, profunda, grave, penetrante, sí, sin duda, tenía que ser Mada, una ex-compi de la facul que ya por entonces manifestaba aspiraciones literarias y nos sorprendía casi cada mañana con un poema o un cuento breve. Algunos compañeros ponían excusas cuando la veían llegar al bar, cuaderno en ristre, y se marchaban alegando que tenían que ir a la biblioteca o a musculación, algunos incluso entraban a clase, pero a mí me gustaba leer las cosas que escribía, sobre todo porque me la imaginaba cada noche, con su pijama y su coca cola, luchando por encontrar la rima, la palabra adecuada o la inspiración en la luna (era cáncer y muy aficionada a la astrología, además de vegetariana)
Una vez acudimos juntas a un congreso titulado Literatura Apocalíptica y Escritura de Guión II que se celebraba en la Universidad de Alicante y lo pasamos de puta madre.
Yo sólo iba a las conferencias de Literatura Apocalíptica porque las de Escritura de Guión II presentaban los siguientes inconvenientes:
a) Yo me había perdido las conferencias de Escritura de Guión I
b) El tipo que las daba era bajito y peludo (en mi post-adolescencia frívola esto suponía para mí un inconveniente de suma importancia)
c) Siempre ponía como ejemplos a seguir las series de Antena 3, pero nunca citó a los Simpsons
d) Las conferencias daban comienzo a las nueve de la mañana

En cambio las sesiones de Literatura Apocalíptica corrían a cargo de Juan José Luna Ferreira, un artista multidisciplinar de Veracruz y dulce como un algodón de feria, que medía como poco 1’90, algo inusual en un mexicano, creo.
La última noche salimos de fiesta todos los asistentes al congreso y los organizadores, lo que incluía también a los conferenciantes.
Por aquel entonces Mada y yo estábamos completamente enamoradas y sabíamos que siempre permanecería en nuestros corazones la voz, los gestos y el espíritu de Juan José, por lo que nos propusimos, esa última noche, hacernos también con su cuerpo. Pactamos que no nos enfadaríamos si lo conseguía una en vez de la otra, ya que en nuestras cabezas, al menos por aquel entonces, no cabía la idea del menage.
Rebuscamos en nuestras maletas en busca de vestimentas que resultaran irresistibles al ojo masculino, que era el ojo que nos interesaba aquella noche.
Mada me dejó un vestido verde increíblemente poco apropiado para un congreso de literatos y ella se puso una minifalda vaquera con lentejuelas que le hacía unas piernas increíbles y le presté mi camiseta negra con letras rosas impresas en las que se leía It’s me?
Estábamos arrolladoras y borrachas de vodka cuando salimos de la habitación.
La cena era en una terraza decorada con farolillos como de la feria de abril, y estaba al ladito de la playa, pero cuando llegamos los asientos de al lado y enfrente de Juan José estaban ocupados por un grupo de zorras escandalosas, probablemente nos demoramos demasiado en el proceso de maqueado, así que no nos quedó más remedio que situarnos en una esquina de la enorme mesa alargada. Al ratito llegó Pedro Corderoy, el conferenciante de guiones, y se sentó a mi lado. Por lo visto él también tardó en arreglarse, y olía bien, lo reconozco, pero seguía igual de peludo.
Mada se partía el culo mientras Pedro Corderoy me llenaba el vaso de sangría y me preguntaba si había aprovechado el curso. Nos trajeron un montón de raciones y mientras Pedro me ponía al corriente de un cómico asunto acerca de una ducha, un amigo cántabro y su ex-mujer (la verdad es que lo contaba con gracia) levanté la vista de mi sardina y pude comprobar que Juan José me miraba. Decidí pasar al plan B sin pasar por el A y me levanté diciendo que iba al baño. Al pasar por detrás de la silla de Juan José le puse una mano en el hombro y le dije ¡hola! y él me dijo ¡hola! y entré en el lavabo. El tío que estaba dentro se puso rojo e intentó decir algo pero no le salió más que un pequeño gorjeo, supongo que se avergonzó de que le hubiera pillado sacudiéndose las últimas gotitas de pis. Salí del lavabo de caballeros y me metí en el de señoras dispuesta a no beber ni una gota de sangría más.
Me estaba echando brillo en los labios cuando entraron las dos zorras que ocupaban las sillas contiguas a la de Juan José, así que aproveché para salir corriendo y sentarme en uno de los asientos libres. Mada ya había ocupado el otro asiento libre y hablaban de lencería; Mada podía ser increíblemente rápida cuando se lo proponía. Yo contraataqué hablando de los Simpsons, y contra todo pronóstico, Simpsons parecieron ganar a lencería, porque JJ me prestó mucha atención en cuanto empecé a hablar, incluso pareció iluminarse cuando abordé el tema del jefe de la policía de Springfield y comenzó a contar una historia sobre los indios zapotecas. Yo le miraba a los ojos y asentía mientras por dentro me preguntaba qué pasaría cuando volvieran las zorras del baño, pero no pasó nada porque cuando nos vieron allí acopladas, se limitaron a mirarnos con odio y se sentaron junto a PC. Supongo que provocar un rifirrafe en una terraza nocturna, aunque tuviera farolillos, y después de un congreso de literatura les debió de parecer poco elegante.
La cena estaba llegando a su fin y nos pedimos unos tequilas. Yo estaba como loca ideando el modo de llevarme a Juan José a la playa con cualquier pretexto, cuando unas gotas de sudor, intuyo que frío, comenzaron a caerle por el rostro, después se puso blanco, se levantó corriendo improvisando precipitadamente una disculpa, y se metió en el baño. Cuando volvió y nos disponíamos a brindar, la chica que estaba sentada enfrente de mí también se levantó y se metió en el lavabo, JJ se levantó de nuevo y en un momento, todo el sector central de la mesa se había convertido en un peregrinar histérico de chicos y chicas pálidos que iban y venían desesperados y aporreaban las puertas de los baños peleándose por entrar los primeros. Creo que después llegó la policía, o a lo mejor era una ambulancia, no sé, supongo que la confusión etílica me impedía discernir.
Mada y yo nos libramos porque el cambio de posiciones en la mesa tuvo lugar después de la ensaladilla. Creo que Juan José se fue en un taxi y no le volvimos a ver. Al final acabamos tumbadas en la playa compartiendo una botella de vodka con dos poetas salidos. Creo que esa noche hubo lluvia de estrellas.
Decidí llamar a la radio y darle una sorpresa a Mada. Hacía tres años que no sabía nada de ella, desde que se fue a Mallorca, y me parecía de lo más emocionante un reencuentro de este tipo. Pensé que sería muy complicado entrar en antena, que tendría que dar mil explicaciones, pero en vez de eso me dijeron: te pasamos, y me pasaron.
Fue todo tan repentino que no supe qué decir, así que me puse a cantar La rebelión de los electrodomésticos, de Alaska y Los Pegamoides, que nos encantaba cantarla a voz en grito cuando nos metíamos en el mar, las dos veces que fuimos juntas a la playa.
Cuando acabé de cantar se produjo un silencio sepulcral, y después de unos segundos la locutora dijo: ahora mismo la cara de Alvaro sí que es un poema, ja, ja, creo que tendrás que darle alguna otra pista si quieres que te reconozca, y colgué. No era Mada, se llamaba Alvaro Riga y era un tío. Entonces me dio cagalera, y mientras me debatía en el baño entre retortijones me acordé: el lechero se parecía a Nacho Canut.