sábado, abril 29, 2006

Este es el diario de Niña Jonás (10)

Esta mañana me desperté muy temprano. Todavía era de noche cuando me levanté, pero es que no tenía nada de sueño.
Encendí la radio y una mujer con voz de estar constipada nos advirtió a los radioyentes que era mejor que no saliéramos a la calle a no ser que fuera estrictamente necesario, ya que vientos fuertes, fríos y racheados amenazaban con provocar gran cantidad de accidentes que enumeró con precisión.
Me vestí y salí a la calle. Había viento, no recuerdo si racheado, lo que no se me olvida es que era frío de cojones.
Me metí a desayunar en El Rápido y me pedí un té con un poquito de leche y unos sobaos, ya que tenían buena pinta y en el envoltorio ponía ¡con auténtica mantequilla!
Desde una enorme pantalla de plasma sin volumen, una reportera con bufanda y gorro de lana daba una noticia a pesar de que, según pude percibir, estaban a punto de volársele las orejas.
Dos obreros con un mono blanco se daban el lote en una esquina del bar; sus porras permanecían intactas encima de la mesa; me pareció que sonaba una versión instrumental de I will survive desde algún lugar situado entre la tortilla y los chopitos.
Una mujer con un perrito amarronado comenzó a darse el lote con el tipo de la barra. El perrito parecía inquieto; supuse que el jerseicito rojo le apretaba o quizás le estaba provocando pequeñas descargas eléctricas ya que parecía 100% acrílico.
Metí un trozo de sobao en el té con leche y le di un bocado. Estaba asqueroso.
El tío de la barra seguía ocupado con la mujer del perrito, que por cierto, se parecía mogollón a Antony el de Antony and the Johnsons, así que aproveché para irme sin pagar ya que en el mismo momento en que el sobao empezaba a deshacerse misteriosamente dentro de la taza, me di cuenta de que no me había traído el monedero.
Estaba comenzando a amanecer y el viento parecía estar cobrando fuerza. Aproveché que un joven con una carpeta verde y un jersey también verde salía de un portal para colarme en él y refugiarme hasta que se calmara un poco lo que ya empezaba a parecer un huracán. Además me dolía mogollón el oído izquierdo.
Yo miraba a través del cristal cuando un montón de hojas manuscritas comenzaron a desfilar en grácil vuelo delante del portal. Detrás iba el joven de jersey verde intentando atraparlas y profiriendo lo que parecían ser insultos, ya que, aunque no podía oírle a causa del doble acristalamiento, sí fui capaz de leer en sus labios, ya que en eso soy experta y a pesar del movimiento, las palabras “jodercagoenlahostia”…”puta”…”nto de mierda”.
El chaval mostraba una gran agilidad en sus movimientos, probablemente como consecuencia de realizar algún deporte tipo volley-ball o pilates.
De pronto alguien salió del ascensor que se encontraba a mis espaldas. Era una señora bajita con un abrigo marrón de piel de marta o similar que me preguntó con voz amortiguada, ya que la prenda le ocultaba el rostro hasta el labio superior, qué hacía yo allí. Le dije que mirar mientras me invadía la extraña sensación de estar hablando con una mandarina de peluche. La mandarina se me quedó mirando unos segundos, pensé que me iba a atacar, pero en vez de eso refunfuñó algo ininteligible y salió rodando del portal.
Antes de que se cerrara la puerta volvió a entrar el chico del jersey verde con un montón de hojas descolocadas y arrugadas asomando por su carpeta. No se dio cuenta de que yo estaba allí hasta que encendió la luz, y sospecho que se dio un susto de muerte a juzgar por la retahíla de palabras malsonantes que salieron de su boca y que esta vez sí pude oír con total claridad tras la emisión angustiada de un aullido guturo-sobrenatural, y por la manera en que lanzó por los aires su carpeta desparramándose de nuevo las hojas, aunque la situación era menos grave que en la calle debido a que en el portal no había viento. Le pedí disculpas haciéndole ver que asustarle estaba lejos de mis intenciones como mujer madura que era; aún no sé por qué se me ocurrió semejante estupidez, pero creo que no se percató de mi ocurrencia; supongo que estaba demasiado ocupado intentando recuperar el aliento y tragar un poco de saliva porque sólo acertó a decir algo que no entendí, con un hilillo de voz.
Me dispuse a ayudarle a recoger las hojas, no sólo porque me pareció descortés dejarle solo en medio de semejante caos, sino porque no podía evitar imaginármelo desnudo en la ducha, quizá porque olía estupendamente a Lactovit. Enseguida me di cuenta de que tenía un ojo verde y otro marrón, y esto le hacía parecerse increíblemente a Bogüi, el perro de mi vecina, que además de tener un ojo de cada color es también pelirrojo e igual de asustadizo. Yo, a veces, cuando me los encuentro esperando el ascensor, le ladro, y él se mete lloriqueando entre las piernas de mi vecina; pero ella no se enfada, al contrario, siempre se descojona la muy capulla, no así Bogüi, que cada vez que me ve me gruñe.
De reojillo y sin que Bogüi II se diera cuenta, pues no quería parecer indiscreta, le eché una ojeada a los escritos; por el formato pude deducir que eran poemas, pero fui incapaz de entender una sola palabra; al principio lo achaqué a que estaban escritos a mano y con una letra horrible, pero enseguida pude comprobar, al prestar más atención y aprovechando el tiempo que tardó en levantarse insultando del suelo tras resbalarse con una de sus hojas, que lo que yo creía que era una letra ininteligible no era tal, sino algo así como
Waar komen we vandaan
En waar gaan weheen weer
En zo gaan we door voelbaar
Loopa loopa kopna kopna…; es decir, holandés o similar.
Yo seguía leyendo inútilmente y pensando que para ser holandés insultaba en español de maravilla, pero enseguida salí de mi ensimismamiento ya que Bogüi-II no dejaba de quejarse, supongo que era porque tenía el codo del revés. Intenté ayudarle, pero al tocarle me gruñó y me sentí un poco amenazada por su ojo verde, así que salí del portal y me interné con aire orgulloso en el frío viento de la mañana mientras pensaba que, realmente, había sido una pena no haberle podido dar la oportunidad de meterse temblando entre mis piernas.