miércoles, diciembre 27, 2006

Este es el diario de Niña Jonás (11)

Esta mañana estaba desayunando unas galletas con fibra activa de soja, un vaso de leche de soja y unos donuts, cuando a las 11:11 sonó la alarma del móvil. Era un mensaje que me recordaba dos cosas:
-1: que hoy tenía que ir al teatro a las 20:00 hs.
-y 2: que tengo que bajar el volumen de la alarma, ya que debido al susto, y por un movimiento involuntario de la mano, salió volando por los aires un trozo de donut empapado en leche de soja y se quedó pegado en el calendario de Marilyn Manson del 2003 que aún conservo colgado en el salón; ahora en la hoja del mes de diciembre podemos observar una foto de Manson vomitando sobre el micrófono.
Resulta que hace un par de semanas, me tocó en un sorteo de la radio una entrada doble para el estreno de una obra de teatro. Para participar en el concurso había que mandar un e-mail contestando a una pregunta, y para ello había que averiguar el auténtico nombre del autor del texto y a la vez director del espectáculo, ya que Filipo Córdoba, que era como firmaba su obra, era un seudónimo.
La verdad es que a mí ese nombre no me sonaba de nada, y ni siquiera estaba prestando demasiada atención a la entrevista que le estaban haciendo, pero aun así me metí rápidamente en internet para hacer las averiguaciones pertinentes y ahí apareció Filipo Córdoba; en realidad se llamaba Darío Gnuman, era natural de Tacoronte (Tenerife), y tenía bigote.
No recordaba si también había que averiguar por qué se había puesto ese mote, pero como de todos modos no lo aclaraban en ningún sitio, les envié el correo sin dejar de exponerles mis dudas al respecto: “El auténtico nombre de Filipo Córdoba es Darío Gnuman; no sé si tenía que poner también la explicación sobre el cambio de nombre pero es que no la he encontrado. Muchas gracias y un beso”
Aproveché que tenía el correo abierto para mirar los nuevos mensajes; tenía tres alertas de Google sobre Jodorowsky y un spam de Carrefour, y mientras leía acerca de las ventajas de comprar lechugas on-line, llegó un nuevo mensaje, y era de Radio 3.
Lo abrí y me decían que había ganado la entrada, que la recogiera en la taquilla del teatro media hora antes de comenzar la función, que no me preocupara, que de existir una explicación sobre el cambio de nombre probablemente sería aún más absurda que el seudónimo mismo, y que yo les había resultado absolutamente encantadora.
No tengo ni idea de cómo pudieron llegar a esa conclusión, por más que releí mi mensaje, pero aun así me sentí halagada y contenta de que por fin me haya tocado algo, por primera vez en mi vida, si exceptuamos el álbum de cromos de Orzowei que rifó la señorita Blanca unas Navidades, cuando yo todavía estaba en E.G.B., pero casi no cuenta porque hice trampas.
Ahora tenía que encontrar a alguien que quisiera venir al teatro conmigo, y como tenía que quedar algún día de estos con Sergio y darle unas fotos mías de bebé para su página web, aproveché y le llamé. Lo dejé sonar como diez veces, y cuando estaba a punto de colgar lo cogió con un “¿Sí, quién es?” como muy precipitado y le dije -¡Ay, lo siento!, te pillé follando.
-No, qué va, nena, estaba en la ducha.
-Ah, menos mal-, le dije.
-¿Menos mal por qué, nena? Yo hubiera preferido estar follando.
-Tengo entradas para el teatro, ¿te vienes?
-Claro, nena, ¿qué echan? -Reconozco que lo de “nena” me estaba descolocando un tanto, aunque casi lo prefería a lo de “pingüinita” del mes pasado.
Le comenté que tenía un montón de fotos mías de bebé, y que como no procedía llevarme una maleta el teatro, quería que me orientara un poco sobre sus preferencias; si necesitaba un retrato de cuerpo entero o sólo de la cara; yo sola, con otros bebés o en un marco familiar, blanco y negro o color, vestida o desnudita…
Me dijo que ya no hacía falta, que había estado reconsiderando el concepto de su página y que había decidido sustituir las imágenes de bebés por fotos de botellas vacías de Sprite. –Ah-, le dije, a lo cual siguieron unos segundos de silencio reflexivo que él interrumpió comentando que su charla conmigo le había sugerido nuevas ideas, y que si tenía fotos mías desnudita, pero de los dieciséis parriba, que se las podía llevar. Yo le dije que hoy me iba a resultar un tanto complicado, ya que esas las guardan mis padres en el álbum de fotos familiar, junto a las de la mili de mi hermano.
Quedamos a las 19:30 en la puerta del teatro. Yo llegué a las 19:27 y me puse a la cola. Delante de mí había dos chicas, una con el pelo muy muy corto y muy rubio y la otra con el pelo muy muy largo y muy rojo, las dos muy monas, con la piel reluciente y un poco gorditas; parecían un anuncio de Dove. Por lo visto también habían ganado las entradas en la radio, pero la del pelo largo, que es la que había participado en el sorteo, se había olvidado el DNI en casa, y la de la taquilla no le quería dar las entradas e insistía en que era imprescindible presentar el DNI, y la otra se empeñaba en presentarle el Abono Transportes y la de la taquilla repetía, como un mantra, lo de “imprescindible el DNI”, y la del pelo corto le dijo que si era gilipollas o qué, que en el Abono Transportes venía el nombre y número de DNI, y la taquillera se indignó y dijo que a ella no la insultaba ni Dios Padre, y llamó al de seguridad, que era bajito y menudo, a pesar de lo cual el traje le quedaba sorprendentemente pequeño, y gesticulaba mucho pero no se oía nada de lo que decía entre tanto griterío, y se fue y al ratito volvió con un señor con muy buena planta, que se parecía al actor joven de El cuchillo en el agua, aunque algunos años mayor, y que debía de ser el director de la sala, y entonces miró el Abono Transportes de la chica, le dio él personalmente sus entradas, y se marchó seguido del de seguridad, al que se le veía muy satisfecho por haber resuelto tan bien la situación.
La que parecía mostrarse menos satisfecha con todo este asunto era la taquillera, a juzgar por el aspecto de su mandíbula, que se mostraba tensa y apretada, la mirada de odio que les dedicó por igual al responsable de la sala y a las chicas Dove, y por el color rojo-ira que presentaba su rostro en el momento de atenderme; estuve a punto de decirle que no tenía el DNI, que si me valía el carné de la biblioteca, pero como pude observar que sobre su mesa reposaba un pisapapeles de bronce en forma de rana de la suerte, y temía que en un no entender la guasa decidiera lanzármelo a la cabeza, me abstuve de introducirme en tan ingeniosa chanza.
Sergio se retrasaba y yo salí a la puerta del teatro por si me llamaba, ya que dentro no había cobertura; me apoyé en una pared y me puse a leer el programa de la obra, que se titulaba: “¿Qué hubiera sido de mis amigos muertos?”. En ese momento apareció Filipo Córdoba visiblemente nervioso, hablando solo y con un acento extraño, como el que supongo que tendría un canario que se haya criado en Miami o viceversa. Lo reconocí aunque ya no llevaba bigote, sino una perillita rubia y unas patillas rubias y muy finas, como de hilo de nailon. Sacó un paquetito de cigarritos puros de la chaqueta y se encendió uno dándole tres caladas muy rápidas, mientras repetía que era la última vez que estrenaba en este puto país. –¡De vergüenza ajena! –dijo con indignación- tres horas para colgar las putas cortinas, y encima las han dejado asquerosamente arrugadas y ahora parecen unas cortinas de mariquita.- Le dio otras tres caladas nerviosas a su purito, y yo no sabía si tenía que contestarle, o poner cara de sorpresa o algo, pero él prosiguió comentando algo acerca de unos montones de pan rallado, y que si él había pedido 3 sacos de 50 kilos era porque necesitaba 3 sacos de 50 kilos, y que, a menos que él fuera estúpido, le parecía que no eran lo mismo 3 sacos de 50 kilos que 4 sacos de 30, y yo ahí tuve que darle la razón a Filipo, porque es verdad que no era lo mismo, y a punto estuve de decírselo pero me contuve, porque al girarse un poco vi que tenía un pinganillo colgado de la oreja izquierda, lo cual me hizo suponer que ya habría alguien dándole la razón en algún otro lugar. Entonces me vibró el bolso, y era un mensaje de Sergio que decía: “Moto rota. Bus no llega. Vemos salida. Siento nena. Srg.”
“Ok”, le contesté, y me guardé el móvil.
Filipo había dejado de hablar; ya sólo fumaba y me miraba las orejas, muy fijamente. Yo ya empezaba a temer que en un arrebato se me lanzara y me las arrancara de un mordisco, como los boxeadores, y como vi que ya estaba entrando la gente en la sala, le dije, -¡Uy, abren!-, y me metí corriendo.
Yo tenía la butaca 6 en la fila 7, y a mi derecha estaba sentado un chico con una camiseta de la selección de fútbol italiana, pero en vez de los pantalones reglamentarios llevaba unos vaqueros Meltin’ Pot con un cinturón de dibujos del Inspector Clouseau y una muñequera negra chulísima de cuero con una calavera de plata incrustada. Tenía puestas unas gafitas con montura de metal azul de Prada, y detrás unos ojos azul-verdosos que casi daban miedo de lo bonitos que eran. El pelo era muy parecido al que lleva el cantante de Ok Go, y yo ya casi me empezaba a alegrar de que Sergio no hubiera venido; pero a pesar del examen exhaustivo y casi me atrevería a decir descarado al que le estaba sometiendo, el tío no me miró ni una sola vez, ni siquiera un poquito, ni de reojo, nada de nada; sus ojos sólo iban del escenario al techo y del techo al escenario. La butaca de su derecha estaba vacía, lo que me hizo suponer que esperaba a alguien, o, lo que es mejor, que estaba solo.
Las luces se apagaron y el chaval, al que bauticé rápidamente como Damian, se quitó las gafas y se las guardó en un bolsito de tela amarilla con un dibujo de la pantera rosa, pero que en vez de ser rosa era negra; y me sorprendió mucho, no tanto el color de la pantera como el hecho de que se quitara las gafas, cuando lo que hace la gente normalmente al comenzar un espectáculo, es ponérselas.
Se abrió el telón y allí estaban las cortinas arrugadas de Filipo; es verdad que las arrugas le hacían un flaco favor a lo que era la estética del espectáculo, pero no conseguí entender qué habría querido decir con lo de “cortinas de mariquita”. Sonaron tres disparos y salieron corriendo a toda velocidad, y desde diferentes puntos del escenario, tres chicos y tres chicas vestidos con gabardina y con botas de pescador, se abalanzaron los unos contra los otros y cayeron inertes al suelo. Después sonó una especie de réquiem que poco a poco se fue transformando en una canción como hip-hopera, y uno de los chicos se levantó del suelo y empezó a rimar mientras los demás comenzaban a elevarse en el aire, y yo al principio flipé porque estaba iluminado de tal manera que casi no se veían los arneses. El espectáculo consistía más o menos en eso, cinco flotaban y uno soltaba un speech, por turnos. Después le tocó a otro de los chicos hablar, y en un determinado momento, mientras decía algo así como “las cenizas de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos muertos”, cayó una lluvia de lo que podía parecer arena pero que yo sabía que era pan rallado, y se fue acumulando en montones repartidos por todo el escenario. Yo creo que era bastante pan rallado, de hecho, llegué a pensar que si luego veía a Filipo se lo diría, para que se quedara tranquilo, claro que en ese momento no me acordaba de lo de las orejas; y en eso estaba cuando de repente, oigo a mi lado unos suspiros ahogados, y veo a Damian muy recostado en su asiento, con el bolsito amarillo en su regazo, la mano izquierda apoyada en el reposabrazos, y la derecha debajo del susodicho bolsito, y más concretamente y sin lugar a dudas, sobre su polla.
Lo flipé casi más que con lo de los arneses, y no entendía qué es lo que me estaba perdiendo yo del espectáculo, al cual, por otra parte, me costaba un gran esfuerzo prestar atención, a medida que la pantera de Damian comenzaba a agitarse entre sacudidas de ímpetu creciente, su mano izquierda se aferraba crispada al reposabrazos de mi derecha, y los suspiros se transformaban en gemidos.
Decidí pasarme al asiento vacío de mi izquierda para dejarle un poco de intimidad, y también, he de reconocer, porque temía las posibles salpicaduras sobre mi vestido nuevo en el momento culminante. Pero cuando procedía a levantarme, Damian me agarró del brazo con fuerza, y en un susurro desesperado me dijo, -Nnno, por favoor, no te vayass, oooh- y se corrió.
Y ahí me quedé, paralizada en mi butaca con la mano de un desconocido recién eyaculado y todavía jadeante agarrada a mi antebrazo, mientras cinco personajes flotaban por el techo de la antigua Olimpia al compás de Juicebox de The Strokes, en una reflexión sobre la guerra, la soledad y las videoconsolas.
En el escenario, las cortinas de mariquita de Filipo parecían cada vez más arrugadas, y yo sentía la mirada penetrante de Damian atravesándome el cuello, hasta que no pude más y me giré y me encontré con sus ojos ardientes y brillantes devorando los míos con una expresión extraña que mezclaba el triunfo y el agradecimiento. Después sacó de su bolsito las gafas de montura azul, que milagrosamente permanecían intactas, se las puso y se marchó.
Menudo… cabrón, -pensé, sin comprender muy bien qué era lo que me irritaba tanto, -qué hijo de puta integral-, proseguí cada vez más mosqueada, -¿y yo qué, capullo? ¿qué pasa conmigo, subnormal de mierda?-, y así un rato largo, puede que cinco, o veinticinco minutos, o lo que tardara en acabar el espectáculo.
Al salir de la sala comencé a recorrer el vestíbulo con la mirada, no sé si temiendo o deseando encontrarme con Damian, pero sólo vi a Sergio agitando su teléfono móvil para captar mi atención, y con una camiseta de la selección de fútbol de Francia.
–Siempre acabo quedándome con los perdedores-, dije casi sin pensar.
-¿Qué dices, chiqui?- (¡¿Chiqui?!) –Nada, nada-, le dije.
–Estás como absorta, ¿qué te pasa, te ha impactado el espectáculo?
–Sí, más o menos. ¿Nos vamos?
-Vale, chiqui. Uy, te has manchado
-Sólo es ADN-, le respondí, y fuimos a emborracharnos con el recuerdo efímero de Damian sobre mi vestido de verano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres una grafómana.

Anónimo dijo...

Gracias Niña Jonás.

María Angélica dijo...

Un buen inicio de domingo leyendo tu blog mientras cae la nieve en plan copos gigantes de Kellogs.

Anónimo dijo...

!Que historia tan fantástica!
te he visto contemplar la corrida de Damián con tus gafas de ojos.
Es la primera entrada que hago a tu blog, muy interesante
besitos
chon