jueves, noviembre 17, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (7)

Esta mañana el radio-despertador, a las diez en punto, me despertó con Alone Again (Naturally) y no sé si se me quitaron las ganas de levantarme o de quedarme en la cama. El caso es que cuando acabó la canción me levanté, duché, desayuné y salí.
Mi intención era devolver un libro de chistes fáciles que me habían recomendado, del que leí hasta la página 27 (tenía 232) y después de lo cual decidí que sería mejor invertir mi dinero en pizza y pistachos, pero cuando llegué a la tienda me di cuenta de que me había dejado el libro en casa, así que pataleé contra el suelo con rabia, atrayendo la atención del guardia de seguridad, el cual, en vez de encontrar el hecho divertido, me miró con desconfianza.
Ya que había llegado hasta allí decidí aprovechar el viaje. Subí hasta la cuarta planta para buscar algún libro de Hunter S. Thompson, pero en las estanterías sólo tenían Miedo y asco en Las Vegas, que ya me lo he leído, así que me fui a preguntar a uno de los mostradores.
Había dos personas delante de mí; el primero, un tipo muy parecido a Harry Potter preguntó si tenían el último de Harry Potter, y el chico del mostrador le dijo que estaba agotado y que seguramente vendría el viernes. Harry Potter se fue colocándose las gafas y al parecer bastante fastidiado, porque hizo pataletas, y yo, de verdad que lo encontré gracioso, no me pareció como para desconfiar.
La chica de delante de mí preguntó por uno de Lucía Etxebarría, pero que no era el último ni Amor, curiosidad, prozac, etc. sino uno de los que sacó en medio. El chico miró en el ordenador y dijo ¿Beatriz y los cuerpos celestes? ¡ese!, dijo la chica; está en autores de habla hispana, en la “E”, dijo él, la chica dijo que había mirado en toda la “E” pero que el libro en cuestión no estaba, el chico dijo que era muy raro porque en el ordenador le salía que quedaban tres ejemplares, que preguntara a alguno de los empleados que estaban fuera de los mostradores, la chica dijo que no había encontrado a ninguno, que por eso no les había preguntado, y me fui.
Bajé a la segunda planta para ver si encontraba algún disco de Kate Wax, que es una tía que oí hace poco en una fiesta y me moló, pero nadie parecía conocerla, así que me cogí uno de Van Halen, para probar.
Antes de pagar fui a echarle un vistazo a los DVD’s y me llamaron al móvil. Era Edu, que al final se había arreglado con su novia y que si no me importaba íbamos al cine otro día.
Cuando colgué vi que un chico me miraba. ¿Te la vas a llevar?, me dijo, ¿el qué?, respondí, la peli, dijo señalando mi mano derecha. Había cogido el DVD de Willy Wonka y la fábrica de chocolate (la antigua) en el momento en que me llamó Edu, pero ni me había dado cuenta de que la tenía aún entre las manos. Es que sólo queda esa, me dijo con aire triste.
Pensé en decirle que sí, que me la iba a quedar, que llevaba mucho tiempo en busca de esa película y que era la ilusión de mi vida poseerla, aunque fuera mentira, y me hayan comentado que la peli es lenta y un coñazo, nada que ver con el libro, así que le diría que me la llevaba y luego la escondería entre los vídeos de Scorpions, sólo por joder, con alguien tenía que pagar el no poder ir al cine con Edu, y sobre todo que se hubiera arreglado con la imbécil de Sonia, que le volverá a poner los cuernos en la primera ocasión, cuando yo ya tenía medio pensado lo que me iba a poner para ir al cine, me daba igual que Edu se hubiera empeñado en ver La Guerra de los Mundos, y de repente me encontré diciéndole al chaval que sólo le estaba echando una ojeada y que se la podía quedar, supongo que me dieron pena sus ojos redondos.
El chaval pareció alegrarse muchísimo de mi decisión y al entregarle la peli me propuso ir a tomar algo a la cafetería, que él invitaba, para agradecérmelo.
Yo le dije que no era necesario, pero él insistió y yo ya no tenía prisa, así que, a pesar de que el pipiolín no tendría más de diecinueve años y la cara salpicada de granos fosforescentes, le dije que vale.
Yo me pedí un Nestea al melocotón, y él se pidió un chocolate con churros y me comunicó que se llamaba Guillermo pero que por favor no le llamara Guille, cosa que yo no había pensado hacer en ningún momento.
Guillermo era extremadamente tímido, así que supongo que para disimularlo, y mientras devoraba sus churros, no hizo más que hacerme preguntas del tipo: ¿Has probado el Nestea de limón? ¿Ese arañazo quién te lo ha hecho, tu gato? ¿Has estado alguna vez en el Festival de Benicassim? ¿Por qué te pintas las uñas de negro? ¿El pelo te lo tiñes en casa o en la peluquería? ¿Haces top-less en la playa? ¿Sabías que los tejos son venenosos? ¿Te gusta sentarte a la sombra de un buen árbol a leer un buen libro o prefieres leer un mal libro a la sombra de una sombrilla en la playa? ¿Te has masturbado alguna vez con un zapato? ¿Escribes con boli o con rotulador? ¿Caramelo duro o caramelo blando? A medida que iba formulando las preguntas los granos de su cara se hinchaban más y más, así que me tomé el Nestea de un trago, agradecí sonriente la invitación y me alejé de aquel psicópata.
Cuando salí a la calle el calor era absolutamente insoportable y decidí llamar a Lydia para ir al cine con ella. Me dijo que no podía ser y me colgó inmediatamente, creo que la pillé follando, así que me dije, pues voy yo solita, que total para ver una peli me basto y me sobro, y allá fui.
Pedí una para la cuatro y me puse en la cola, aunque sólo había cinco personas delante de mí. Enseguida se abrió la puerta de la sala y un tipo parecido a Mickey Rourke nos rompió las entradas por turnos antes de dejarnos pasar y se escondió entre las cortinas para espiarnos. Creo que nadie más que yo se dio cuenta, me pregunto si me estaré volviendo paranoica. Estaba comprobando por tercera vez si le había quitado el sonido al móvil cuando se apagaron las luces; el bulto de las cortinas se movió ligeramente.
Un hombre con túnica que afirmaba ser Jesucristo trepaba por una colina en busca de unas bayas que decía que eran el fruto de Dios. Una mujer muy guapa, con un bebé en brazos, lo miraba en su ascensión. Al parecer tenía frío, porque tiritaba. Después la escena se trasladaba a la época actual, a un barrio de una ciudad en el estado de Oregón, y era la historia de unos chicos jóvenes y problemáticos que se dedicaban a malgastar su juventud haciendo cosas malas como beber cerveza o maltratar un conejo, y todos se divertían mucho menos uno de ellos que al parecer sólo les acompañaba para no sentirse desplazado. Esto podía intuirse porque cuando le enfocaban a la cara se veía que sufría, y una mañana uno de ellos aparece en la orilla del río lleno de algas y con la cabeza destrozada, y todo el pueblo se reúne en la iglesia y se entregan a rezar compulsivamente porque dicen que el diablo tiene que andar detrás de todo esto.
Creo que fue entonces cuando me empecé a mosquear y a pensar que esto no era Los Sexoadictos. Instintivamente miré para atrás y el bulto de las cortinas había desaparecido, aunque me parecía que la tela conservaba un leve movimiento, y entonces una vocecita, como en un susurro, comenzó a decir ¿hay alguien para la sala cuatro, alguien para la sala cuatro? Yo levanté tímidamente la mano y Mickey Rourke me iluminó con su linterna. Parecía divertirse mucho mientras me acompañaba fuera y me explicaba que me había metido por error en la sala tres, que él se acababa de dar cuenta de casualidad, porque se le ocurrió echar un vistazo a los cachitos de entrada que aún conservaba. Me acompañó hasta mi sala disculpándose y riéndose a un tiempo (ya no se parecía tanto a Mickey Rourke), pero la peli había empezado hacía veinte minutos, así que preferí no entrar. Me sentía como una idiota mientras salía del cine, miré para atrás y el que ya no se parecía a Mickey Rourke me decía adiós con la manita mientras seguía descojonándose, tuve ganas de volver y darle una patada en la boca, pero en vez de eso me fui a casa para escuchar el disco de Van Halen.
Cuando llegué, la gata había devuelto sobre el sofá, así que me senté a escucharlo en el suelo y con los cascos, para que nadie me molestara.
En el cielo azul, al otro lado de la ventana, pude ver cómo una nube en forma de topo se acercaba lentamente a otra nube en forma de topo; primero se dieron un beso, después un cálido abrazo, y finalmente, fundiéndose en el éxtasis de una pasión ligera, se convirtieron en morcilla.

sábado, octubre 08, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (6)

Esta mañana me he despertado mojada. Y no es porque haya tenido incontables y agitadísimos sueños de contenido explícitamente erótico (que creo que sí los tuve), sino porque ayer me quedé a dormir en el chalé de cuatro plantas de mi amiga Adriana.
El chalé en cuestión se encuentra sito en una urbanización conocida como Los Arroyuelos, a las afueras de un pueblo de la Sierra Noroeste de Madrid de cuyo nombre no consigo acordarme, quizá porque nunca lo supe.
Se celebraba el lanzamiento del número cero de Grial 5, una nueva revista que aporta frescura y elegancia no exenta de ironía, al panorama actual de las publicaciones de tendencias, y que con su carácter innovador se enfrenta con absoluta profesionalidad al mundo de la moda, el diseño y la escena artística en general, según nos explicó más tarde un señor bajito y con micrófono, que desentonaba totalmente con el resto de los asistentes al evento, y él lo sabía y sudaba.
Mi amiga Adriana, que además de ser la anfitriona era directora ad hoc de la revista, me insistió para que acudiera a la fiesta en el minibús que fletaba la organización, que sería super-divertido y una experiencia que no podía desaprovechar.
No la quise decepcionar comentándole que yo montaba a diario en autobuses de todo tipo, así que le dije que de acuerdo.
El punto de encuentro era la esquina de Princesa con Marqués de Urquijo, o sea, para entendernos, frente al Corte Inglés de Argüelles, dijo Adriana, aunque yo ya lo había entendido.
Llegué al punto de encuentro a las 22:07, y en el minibús ya había comenzado la fiesta. Sonaba Kate Wax y un tipo parecido a Janis Joplin me ofreció nada más subir, un cóctel de color azul en una coqueta copa de diseño de plástico con pajita incorporada y que para mi sorpresa no sabía a Blue Tropic.
Había unas trece personas muy variopintas y felices, todas con copas azules y gran seguridad en sus maneras y atuendos.
Una chica con una melenita rubia como las patatas tipo paja y minifalda de vuelo hacía poses subida a los asientos del minibús, y casi todos los que no tenían los móviles ocupados hablando por ellos o escribiendo mensajes los usaban para hacerle fotos. La cosa estuvo a punto de acabar en tragedia cuando el minibús arrancó y la rubia de melena tipo patatas paja cayó de culo en el pasillo con una pierna enganchada en el apoyabrazos del asiento al que se hallaba encaramada. Al final no sé si se bajó o se escondió entre los asientos, porque no la volví a ver en toda la noche. Lo que sí pude ver al día siguiente fue la foto del tanga naranja de la rubia espatarrada en elpequeñotarzan.net
Llegamos a Los Arroyuelos a las 11:39 y cuando atravesamos la verja del jardín sonaba un tema de Marilyn Manson. Me extrañó bastante porque últimamente lo más cool es hablar despectivamente del mamarracho, aunque también me he percatado de que la gente que dice odiar a MM se pirra por The Beautiful People.
Unos camareros en apariencia guapillos pasaban con bandejas ofreciéndonos nuevamente cócteles azules, y también refrescos, canapés de Mallorca y cervezas del LIDL.

En la primera planta había una pantalla de 3x2 en la que se proyectaban alternativamente fotos de edificios ultramodernos, bosques y campiñas, chicas y chicos super-fashion, comida envasada y animales.
Me acerqué a un grupo que olía a Carolina Herrera y entre cuyos componentes se encontraba Adriana. Me preguntó que qué tal en el minibús, y yo le dije que memorable y me presentó a Roberto, Marijose, Antonio, Abel y Marieta, que chocaron sus cócteles contra mi cerveza en un acto de aceptación de mi presencia y siguieron a lo suyo.
Adriana me rogó que no me olvidara de pedirle un ejemplar de la revista y me preguntó si ya había visto las instalaciones de la 3° planta, que la de Clasius C. le parecía super-divertida, pero que el vídeo de J.Sarmiento sobre platos preparados en fase de descongelación le parecía anodino y pretencioso, y además, que los vídeos de procesos ya están muy vistos, ¿no te parece?, bastante, bastante, le contesté con convicción y me fui para la 3° planta.
Al lado de la instalación de Clasius C. estaba el mismísimo Clasius C. en persona; lo supe porque una niña-mujer con diadema rosa y falda de vuelo gritaba ¡Clasius, Clasius, dos besos, mon amour! Y le plantó dos besos en las mejillas y uno en los morros.
La instalación se llamaba “Dale gracias a Dios” y consistía en unas fotos que tenías que encontrar con la ayuda de un papelito que cogías a la entrada y que ponía, por ejemplo, FOTO 1: DALE LA VUELTA AL MARCO ROJO, y tú ibas y le dabas la vuelta y allí estaba la foto 1; un perrito caniche vestido de Dior sentado en el banco de una iglesia; FOTO 2: EN EL CAJÓN DE LA MESILLA DE LA LÁMPARA, y allí estaba un chow chow disfrazado de Armani encaramado con cara de susto a un botafumeiro, y así sucesivamente, era como una ginkana.
Clasius se acercó a mí y me ofreció unos panchitos; son de cultivo ecológico, me dijo, ¡Ah, bien! contesté con entusiasmo reconozco que un tanto desmayado, y nos quedamos callados cosa de un minuto. Para romper el hielo le pregunté si siempre compraba alimentos ecológicos y me dijo que no, que sólo los panchitos, y entonces una chica con los labios muy rojos y falda azul de vuelo le tapó los ojos por detrás y preguntó, quién soy, y aproveché para subir al ático.
En las escaleras me crucé con un camarero de ojos verdes que se me quedó mirando fijamente y me preguntó si nos conocíamos. Le dije que creía que no y él no dejaba de mirarme a los ojos, parecía que quería hipnotizarme y creo que medio lo consiguió. Seguí subiendo las escaleras cuando lo que en realidad quería era seguir allí hablando con esos ojos, entonces me di la vuelta pero había desaparecido.
Para mi sorpresa en el ático no había un alma, sólo una piscina enorme y una pantalla como la de abajo, en la que se proyectaba una escena bucólica protagonizada por una pareja toda vestida de Adidas que se alejaba de espaldas cogida de la mano y se metía entre unos matorrales.
La cámara se acercaba con un zoom vertiginoso, se metía también entre los matorrales y hacía un barrido sobre la ropa de la que la parejita se había despojado: unas zapas Adidas, una capucha Adidas, unos pantalones pesqueros Adidas, bueno, todo Adidas, menos los calzoncillos que eran de Hugo Boss y las braguitas, de Tommy Hilfiger o de Locking Shocking, tengo esa duda. El caso es que la pareja se lo estaba pasando de lo lindo.
Entonces me fijé en los ojos del chico, y, no, no puede ser, ¡era él, el camarero de la escalera! No me había repuesto aún de la emoción cuando pude comprobar que la tía ¡era yo!
Entonces el camarero, que estaba detrás de mí y me dio un susto de muerte, me dio a elegir entre unos canapés o un chapuzón en la piscina, y aunque tenía hambre, me decanté por la segunda opción, y creo que elegí bien.
El jardinero me despertó a la mañana siguiente al enchufar la manguera hacia la hamaca sobre la que me había quedado dormida, supongo que sin querer. No sé si se disculpó o me insultó en polaco y me largué de allí.
Cuando por fin conseguí montarme en un autobús que me llevara de vuelta a Madrid, me di cuenta que al final había olvidado pedirle la revista a Adriana; pero, a decir verdad, me importó un carajo.

domingo, septiembre 18, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (5)

Este es el diario de Niña Jonás (5)

Esta mañana el radiodespertador sonó a las diez en punto, pero no lo oí hasta las 11:29, y porque sonó el teléfono. Era mi amiga Amaya, con la que había quedado a las once en la puerta del Eroski para ir a la piscina; que qué pasaba, coño, que llevaba media hora esperando en la puta calle, que no había una puta sombra y que se le estaba derritiendo el chichi de tanto calor, joder. Juzgué que estaba algo enfadada y le dije que por favor me disculpara, pero que por alguna extraña razón el radiodespertador no había sonado, se debe de haber ido la luz, le dije, pero que en diez minutos estaría allí, bueno, mejor en quince, y que si hacía mucho calor me esperara dentro del Eroski, que además tenía que comprar una cosa, y colgué.
Y es que esta noche apenas pude pegar ojo por culpa de un mosquito que, a juzgar por su insistencia pretendía dejarme seca, el muy cabrito. Si a mí no me importa que me pique, pero que lo haga en silencio, coño.
Eran las 3:42 cuando un zumbido me despertó de mi sueño.
Recuerdo que soñaba, así, a grandes rasgos, que un grupo de moscas vestidas de etiqueta discutían sobre la herencia de un familiar.
Una de las moscas, que decía ser sobrino del difunto, sostenía con locuacidad que, sin la menor sombra de duda, su querido tío deseaba fervorosamente beneficiarle en el prorrateo, ya que cuando el susodicho tío, impedido durante un periodo de tiempo indeterminado por una afección de peritonitis, había recurrido a él requiriendo su inestimable y desinteresado auxilio, así se lo había hecho saber.
Otra de las moscas estalló en carcajadas y le espetó que cómo era posible que alguien pudiera ser portador de tamaña cicatería; que el periodo indeterminado de tiempo había consistido tan sólo en día y medio de cuidados a base de sopas de pan, y que el supuesto tío ni siquiera era su tío sino tío segundo, y finalizó su exposición con un puñetazo en la mesa.
Otra mosca, mofletuda y cariacontecida, se pronunció con brevedad y apocamiento insinuando que sería preferible atenerse al protocolo, ya que creía contraproducente mantener al notario relegado al ostracismo.
Sus sugerencias cayeron en saco roto y no volvió a abrir la boca en todo el sueño.
Una de las moscas, hermana mayor del fallecido, sobrevolaba la estancia con aire circunspecto. Se posó encima de la mesa y atusándose la trompa, pareció meditar en profundidad las palabras que articuló a continuación: cuánta ingratitud. Después de ello procedió a escrutar uno a uno los rostros de sus congéneres, y en un alarde de chulería, levantó el vuelo y se dispuso a proseguir lo que quedara de reunión desde el techo.
Esta actitud, por otra parte tan característica en la hermana del finado, consiguió epatar una vez más a la congregación, por lo que decidieron hacer un alto en la junta para succionar con glotonería unas migas con chocolate.
Lo que sigue a continuación es confuso; sólo recuerdo que una de las moscas, sospechosa de participar en sucios negocios de especulación inmobiliaria, murió aplastada por la acción de un matamoscas. Entonces se armó un revuelo de ocho pares de narices; unas volaban enloquecidas de un lado para otro sin un rumbo definido, otras quedaron presas de patas en el chocolate derretido mientras el matamoscas, en su acción inexpugnable, seguía arreando golpetazos por doquier; el pánico era generalizado y debió de ser entonces cuando me desperté con el mosquito zumbando a la altura de mi oreja. Encendí la luz y estuve buscando al mosquito durante lo que estimo un tiempo aproximado de veinte minutos. Entonces por fin lo vi, posado en el marco de la puerta, y enrollando un catálogo del Eroski me acerqué a él con la intención de aplastarlo de una puta vez; pero no sé qué me pasó, no pude matarlo, me faltó valor. Y eso que el muy cabrón me miró fijamente y me hizo, con las patitas, un corte de mangas.
Hoy mismo compro el recambio del Kill Paff.

lunes, septiembre 05, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (4)

Este es el diario de Niña Jonás (4)

Esta mañana me desperté a las diez en punto, cuando sonó el radiodespertador, pero no me levanté enseguida, y no sólo porque me agradaba la canción que estaba sonando, sino porque la noche anterior estuve en la inauguración del pub de Roli, un ex–compañero de psicología. El sitio en cuestión era lo que en algunos entornos se conoce como “pub temático”, y el tema era: El Terror.
Llegué al Creepy a las 12:12 de la noche, y a la entrada un tipo con capa me preguntó con una teatralidad inusual en un portero de discoteca que si estaba preparada para el terror. Yo creía que sí estaba preparada y así se lo hice saber.
Dentro estaba bastante oscuro, pero esto no fue impedimento para que Roli me encontrara rápidamente. Me abrazó con gran efusividad y aplastamiento de tetas, y cuando conseguí zafarme me dijo que qué alegría que haya venido después de tanto tiempo sin vernos ¿dos años quizá? Pero qué digo, si la última vez fue en la fiesta en el chalet de Beni, que el muy joputa me tiró a la piscina con el móvil en el bolsillo ¿te acuerdas? Y me lo jodió el cacho cabrón ¿te acuerdas? de eso hace más de tres años, y estás igual que siempre, jodía, guapo el sitio ¿que no? Llevamos más de seis meses de obras ¿has visto la decoración? mola un güevo ¿qué quieres tomar? La primera copa con la invitación es gratis y, uy disculpa un momento, me reclaman, las inauguraciones, ya sabes, je je; ve echándole un vistazo a la decoración y ahora te veo, dijo para terminar el soliloquio y me rozó una teta con la mano, supongo que sin querer.
Fui a echarle un vistazo a la decoración.
Las mesas estaban profusamente ornamentadas; había dráculas dibujados en unas, hombres-lobo en otras, Frankeinstenes con sus margaritas, lo peor era la mesa con la niña del exorcista, más que a Regan se parecia a Nando, el de Ana y los siete, y yo pensaba para mis adentros mientras sorbía mi cóctel con la pajita que si no saben dibujar ¿por qué no ponen una foto?
Había murciélagos de goma por doquier, arañas con sus respectivas telas, cortinas negras colgadas del techo, un velo negro de gasa para separar la cabina del diyéi y una luna de plástico que cambiaba de color al aplaudir. Las paredes eran de cartón-piedra imitando húmedas y misteriosas cuevas en las que refugiarte cuando vagas perdido por un bosque en noches de luna llena; eso me explicó más tarde Roli, entre entusiasmado y borracho. A mí me parecía más bien que alguien había intentado hacer con cartón-piedra la fachada de la catedral de Burgos pero después se había arrepentido.
Los nombres de los cócteles tampoco escapaban a la temática; el que yo me estaba tomando se llamaba Sangre Resucitada y estaba muy dulce, por la granadina. Otro se llamaba Vómito de Exorcismo; después estaban Aliento Animal, Infierno Rojo, Infierno Verde, Infierno Azul, los tres con tequila, Bloody Satan, Tutti Frutti Chucky, había como cien.
Roli me contaba jocoso y farfullando (creo que no sólo estaba borracho) lo que les había costado encontrar tantos nombres originales y novedosos, yo intentaba poner muecas de asombro mientras pensaba que le hubiera ido mejor organizando grupos de terapia psicoanalítica, y todo me daba mucha pena (sonaba un tema de Shakira), así que decidí emborracharme.
Me estaba tomando mi segundo Cutler Kruger cuando un tipo con la careta de Scream me dijo algo en ruso. I don’t understand you, le grité acercándome adonde me pareció que debía de estar su oreja. Volvió a decirme algo pero ya no parecía ruso, se asemejaba más bien a un griego hablando dentro de una caja de cartón. I don’t know what do you say, le dije intentando quitármelo de encima, pero el tío insistía y se me acercaba cada vez más, con la alergia que me da el látex, What do you want stupid freaky mamon, le grité, y por fin se quitó la careta y no era ruso, ni griego, era hispanohablante y camarero, y me traía las vueltas de la consumición que había olvidado encima de la barra. Juraría que cuando pedí el segundo Cutler Kruger me atendió la careta de Hannibal Lecter, pero puede que me equivoque.
Me dirigí a la pista de baile, y entre el gentío pude distinguir a un tipo muy parecido a Michael Jackson con una cazadora roja, como en el vídeo de Thriller, y de pronto empezó a sonar el tema de Thriller y todos tiraron sus copas al suelo y comenzaron a bailar al unísono, subiendo y bajando los hombros como descoyuntados, lo hacían de puta madre de verdad. El tío que se parecía a Michael Jackson (al Michael Jackson de cuando Thriller, no sé si alguien podría parecerse al actual) me miró y se acercó a mí sonriendo y enseñando unos dientes blanquísimos; me agarró de la cintura y me estrechó contra su cuerpo con una fuerza poderosa. Jamás hubiera imaginado que alguien tan flaquito pudiera ser tan fuerte. Todos en el local seguían bailando a nuestro alrededor, menos Roli, que vomitaba en su rincón de cartón-piedra.
Estuvimos bailando como veinte minutos, y entonces le pedí a Michael que me disculpara, que me encontraba revuelta y necesitaba meterme en la cama.
Me alivió bastante salir y respirar el aire puro de la noche; había luna llena, la más grande de los últimos dieciocho años según las estimaciones de algunos científicos, y el taxi tardó apenas doce minutos en llegar a casa.
Cuando sonó el radiodespertador aún me daba vueltas la cabeza y al principio me costó reconocer que la canción que sonaba era Thriller. Michael emergió de entre las sábanas. Did you have a good sleep? me preguntó con una voz dulce y sobrenatural, mientras sonreía y me miraba con sus ojos amarillos.

sábado, agosto 27, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (3)

Esta mañana me despertó el teléfono.
Por un momento creí que era parte de mi sueño, ya que estaba soñando que Dios me llamaba por teléfono para no sé qué asunto de Hacienda; creía que mi casa era una oficina de la Agencia Tributaria, pero entonces sonó el teléfono de verdad, una pena, porque me hubiera encantado saber qué le había contestado.
Era mi amiga Rebeca y me llamaba para dos cosas, una para pedirme la receta de una sopa fría muy rica que preparo con sandía y con tomate, a la que después le añado queso fresco con un poquito de hierbabuena; no sabía las proporciones, mitad y mitad, le dije, es realmente fácil, y ella me replicó, sí, pero el resultado es sorprendente, sí, le respondí, de eso no hay duda, y dos, para pedirme por favor si podía acoger un par de días en mi casa a Nacio, un amigo suyo de cuando vivía en Santander que se acababa de separar de su novia de cuatro años, (que llevaba saliendo con ella cuatro años, me aclaró, aunque no hacía falta, pero Rebeca es así, siempre y con todo) que se sentía muy desgraciado y que había decidido venir a Madrid para olvidar y emprender nuevos proyectos.
Yo pensé pero no se lo dije que por qué no se quedaba en su casa, ya que era su amigo y no el mío y ella me dijo que lo lógico hubiera sido que se quedara en su casa, y no en la mía ya que era su amigo y no el mío, pero que desde que había tenido a la niña no paraba y Roberto tampoco paraba y todo era un caos.
Yo le dije que sí, claro, claro… no hombre no, ya…ya, y esas cosas que se dicen por teléfono y colgué.
Nacio llegaría sobre las dos, o cosa así, según las estimaciones de Rebeca, que no suele equivocarse. Así que decidí poner un poco de orden: pasar la aspiradora, vaciar el lavavajillas y volverlo a llenar con los platos amontonados en la pila, darle un repaso a los sanitarios, destender y guardar la ropa, limpiar los cristales, pasar el plumero por los muebles y las figuritas del roscón de reyes que hay encima del mueble de caña del salón, hacer la cama, fregar el suelo de la terraza, regar las plantas, comprar pollo, fruta y verdura, devolver los libros a las estanterías, sacudir los cojines del sofá, realmente Rebeca no tenía ni puta idea de lo que es el caos.
Ante esta perspectiva hice lo mejor que se puede hacer en estos casos, que es desayunar, (eso si da la casualidad de que esta perspectiva te pilla en ayunas, claro.)
Después de ponerme hasta el culo de rebanadas de pan de molde untadas de una exquisita crema de chocolate con nueces de macadamia, decidí reducir mis tareas a pasar el aspirador y depilarme; seguro que Nacio se iba a fijar más en mis piernas que en el polvo de los muebles.
Después puse a Bowie y a las 13:37 llamaron al telefonillo. Era Nacio y tenía una voz muy bonita, como de batería de grupo Trash Metal, que siempre hablan poco (al menos en las entrevistas) y como arrastrando las palabras.
Era guapo, aunque me recordaba a un boniato.
Me dijo que era botánico y que le agradaba mi casa porque era como muy personal; no me lo dijo así, todo seguido, pero recuerdo que de esto fue de lo que hablamos antes de que se pusiera a llorar.
Me quedé un buen un rato mirándole absorta y escuchando una vocecita interior que no hacía más que repetir, Ay, madre, hasta que pensé que quizá sería una buena idea traerle unos Kleenex.
Sólo tenía paquetes de Kleenex con dibujos de las tres mellizas; cuando los compré me parecieron graciosos, pero para la ocasión presente se me antojaban poco apropiados. Pero a Nacio no pareció sorprenderle ni importarle, ya que se gastó todo el paquete sin apenas apreciar los dibujos y me lo agradeció muchísimo.
Cuando acabó de llorar me dijo, aún hipando un poquitín, que se sentía temendamente avergonzado, aunque también suficientemente aliviado y espantosamente hambriento, y que me invitaba a comer unas raciones en algún sitio por las molestias ocasionadas.
Le llevé a un restaurante de comida asiática que abrieron la semana pasada, y nos estábamos sentando cuando oímos un gran estruendo seguido de exclamaciones pánicas y vimos a un señor de 180 kilos y con la cara muy roja intentando levantarse del suelo. ¡Langostino, langostino! vociferaban algunos comensales, y yo miraba al pobre señor y pensaba que no se parecía en nada a un langostino, ¡ha sido un langostino! clamaban con insistencia enfermiza, y de pronto, y ante la confusión, empecé a imaginarme al señor de cara roja, igual de gordo pero de pie, dándose de hostias con un langostino gigante, de hecho me pareció ver alejarse al langostino con aire orgulloso, y entonces vi a Nacio adentrándose en la bulliciosa muchedumbre y gritando ¡soy médico!, ¡¿no era botánico?!, pero allí estaba él, con su maletín y su bata y su estetoscopio intentando darle la vuelta al señor gordo para darle unos puntos en la barbilla con mayor comodidad; seguía pareciendo un boniato, pero reconozco que emanaba algo muy follable, y de repente volvieron a surgir exclamaciones de pánico, y era el langostino, que volvía, enorme y triunfal, y todos se apartaban aterrados a su paso; sólo Nacio permanecía inmóvil, concentrado en su trabajo de sutura, y el señor gordo pataleaba mirando con ojos desorbitados hacia el langostino que se acercaba pesado pero como patinando, y de pronto me sonó el móvil y era Dios; que se liaba con el programa PADRE, decía, y que no sabía dónde meter los gastos de gasolina y transporte, y yo le dije que en la casilla 18.

miércoles, agosto 17, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (2)

Hoy me he despertado varias veces de madrugada: a las 5:15, A las 6:27 y a las 8:39.
Después conseguí dormir de un tirón hasta las 10 en punto, cuando sonó el radiodespertador. En ese momento me lo propuse: quiero ser famosa. Y rica.
Me levanté, desayuné, (después de ducharme, porque si no me ducho por las mañanas no soy persona) y me metí en internet.
Busqué diferentes concursos y certámenes; de poesía, de fotografía, de pornografía, y ya que tenía algunas fotos comprometidas de amistades que ya no lo son, decidí presentar alguna de ellas que estimara divertida. Sólo era cuestión de encajar una de mis fotos con el tema chorra de alguno de esos certámenes absurdos.
Mientras buscaba, y sin venir a cuento, me puse cachondísima y me hubiera encantado que llamara a mi puerta algún chavalito u hombre interesante, pero nadie lo hizo y me dio un poco de pereza masturbarme, además de que en ese momento no me parecía correcto, no sé por qué. Así que en vez de eso fui al baño y me pinté las uñas de negro.
De pronto oí unos golpecitos, como si alguien estuviera lanzando piedrecitas contra mi ventana. Me asomé y vi a mi amigo Nicolás, de Castellón, con una maleta pequeña en el suelo y una mochila enorme en la espalda. Le dije que qué alegría y que por qué lanzaba piedrecitas contra mi ventana en vez de usar el telefonillo como todo el mundo, y me dijo que no se le había ocurrido.
Le dije que subiera, sugiriéndole que usara la escalera en vez de intentar escalar por la ventana, como adiviné que era su propósito. Puso cara de gamba (la pone siempre cuando se siente insultado) y me dijo que de acuerdo.
Nada más traspasar el umbral me pidió que si le podía preparar por favor un bocadillo de anchoas, y le dije que se lo preparara él mismo si no tenía inconveniente, ya que todavía no se me había secado la laca de las uñas.
Me dijo que se había ido de su casa en Castellón porque ya no soportaba a su madre y su manía de comer a todas horas productos derivados de la soja. Me costó entenderle porque en ningún momento dejó de masticar y de lanzar migas y chorrear aceite. Reconozco que me tenía fascinada.
Debatimos sobre lo duro que era soportar a madres insoportables y decidí que en cuanto se me secaran del todo las uñas le propondría echar un polvo. Pero no hizo falta porque me lo propuso él mismo en cuanto se acabó el bocadillo y se tiró por encima el _ litro de Aquarius que quedaba en la nevera.
El polvo en sí fue bastante satisfactorio, excepto por el olor a anchoas.
Estábamos aún recuperándonos de nuestro jovial encuentro cuando Nicolás me sugirió que podíamos asistir al concierto de Long Play, o Bong Pray, no sé, no le entendí bien el nombre,(y es que hay algunos acentos ingleses que aún se me resisten, como por ejemplo el inglés de Castellón, o el de Tomás Fernando Flores) que tocaban esa noche en el Hard Day’s Night, que el batería era amigo suyo, y muy bueno, por cierto (no le pregunté si muy buen amigo o muy buen batería)
A mí no me apetecía una mierda porque sentía las piernas como acalambradas y conozco bien los gustos musicales de Nicolás, pero él debió de notar algo porque se le estaba empezando a poner cara de gamba, así que le dije que de acuerdo, que me encantaría, y pensé que quizá el dolor de piernas se me quitaría con un par de aspirinas como en el anuncio.
Me levanté para darme una ducha y comerme unas ciruelas, ya que follar me da bastante sed, cuando Nicolás se cayó de la cama (no sé qué andaría haciendo, porque yo estaba de espaldas) y quedó medio inconsciente, y yo a cuadros, claro. Y de repente la cabeza comenzó a irme a mil, que si llamo a una ambulancia, o a un vecino, que si le echo agua por encima, que qué me pongo para ir al concierto, y me dije, ¡qué coño! y aproveché para coger la cámara del armario y hacerle unas cuantas fotos.
Rica y famosa, no sé, pero el concurso lo gano seguro.

jueves, agosto 11, 2005

Este es el diario de Niña Jonas

Este es el diario de Niña Jonás (1)

Esta mañana, a eso de las nueve, me he despertado y me he masturbado. Después me he vuelto a dormir hasta que ha sonado el radiodespertador, a las diez en punto.
Después de un rato abre-ojos, cierra-ojos me desperezo y me estiro. A continuación me levanté, me di una duchita con la radio puesta y desayuné cereales, dátiles y zumo de naranja. Y leche de soja.
Llamaron a la puerta y abrí. Era el cartero con un paquete. Lo abrí y era un vinilo edición especial de Marilyn Manson, con una foto dedicada y una firma falsa.
No tengo ni puta idea de quién lo manda, pero salto y boto y grito de alegría con tanta fuerza que me tuerzo el pie y me hago un esguince. Llamo a un taxi y me planto en urgencias donde me atienden después de casi tres horas. Me arrepiento de no haberme llevado lectura. Leo el Mercado de la Sierra Noroeste que alguien dejó sobre la silla de la sala de espera. Pienso en comprarme el conjunto de lencería que sale anunciado en la sección De Compras aunque sé que al final no me lo voy a comprar.
No me hacen una radiografía y me vendan el pie sin más. Reposo absoluto. Y unos cojones, ahí voy a estar.
Llamo a un taxi y me arruino y me lleva a casa. Me duele y me tomo una aspirina con Aquarius.
Llaman a la puerta y es el cartero (una chica) con un paquete. Firmo y lo abro y es una camiseta de Marilyn Manson con la foto de la promoción de la gira americana Against all gods. También hay en el paquete una foto de Manson comiendo cereales y una firma fotocopiada.
Sólo grito de alegría porque saltar no puedo y dan golpes en la pared de al lado. Yo también golpeo la pared y sigo gritando. Que se jodan.
Intento poner el vinilo pero el tocadiscos no tiene aguja, así que me pongo la camiseta y voy dando saltitos a la pata coja hasta la cocina y me como un plátano.
Llaman a la puerta y el corazón se me pone a mil pero no hay paquete nuevo; se ha equivocado la muy hija de la grandísima puta. No, aquí no es. No, no sé dónde es, so zorra.
Pongo la tele, sale Ana Rosa y quito el volumen y miro las fotos dedicadas: Para Niña Jonás, me muero por conocerte y bla bla bla… Marilyn Manson. Me pregunto quién le habrá dado mi dirección o en su defecto quién me estará tomando el pelo.
Llaman a la puerta y me acerco dando los consabidos saltitos a la pata coja, y cómo me duele, coño.
Abro la puerta y es Marilyn Manson comiéndose un plátano. Le pido que pase con gestos ya que me he quedado sin habla y cuando la recupero le pido perdón por el desorden y él me perdona.
Me dice en un perfecto inglés americano que si le puedo dar un vaso de agua mineral ya que el plátano le ha dado mucha sed, y le digo que lo siento, que agua mineral no tengo, sólo del grifo, que también tengo absenta y leche de soja, o que si lo prefiere le puedo preparar un zumo de naranja y mandarina.
Dice que le parece bien lo del zumo, pero sólo de naranja porque las mandarinas le dan alergia, al igual que los plátanos. Entonces le pregunto que por qué se comió un plátano si le dan alergia y me dice que porque le gustan mucho.
Se da cuenta de que tengo un esguince y me dice que no me preocupe, que ya se prepara el zumo él mismo. Al principio no entiendo lo que ha dicho porque no domino el inglés americano, pero enseguida lo interpreto, y le digo que como quiera y le acompaño a la cocina para indicarle dónde está el exprimidor.
Le digo que casualmente esa misma mañana alguien me ha enviado dos paquetes con el vinilo y la camiseta y las fotos dedicadas, y me dice que si soy idiota o qué, que me los ha enviado él. Le digo que no hace falta ser tan borde, y que si pensaba venir por qué no me ha dado él los paquetes personalmente, y me dice que no le gusta llevar bultos encima porque siempre se le olvidan en los bares o en el autobús, y yo ya empiezo a pensar que me está tomando el pelo, porque dudo que Marilyn Manson vaya en autobús a ninguna parte, seguro que siempre se desplaza en limusina. Tengo el impulso de asomarme por la ventana para ver si está la limusina, pero mi ventana no da a la calle, sino a un jardín, así que ni me molesto.
Como está tardando mucho en prepararse el zumo y el pie me duele a rabiar, le digo que si me disculpa le espero sentada en el sofá del salón, y él muy amable me disculpa.
Se sienta por fin conmigo en el sofá y se bebe el zumo de un trago; tarda alrededor de tres segundos en acabárselo, con lo que ha tardado en hacérselo, me da un poco de pena, pero a él no parece darle pena, debe de estar acostumbrado a perder el tiempo con esto de los zumos, y me pregunta que si me puede ver el esguince. Le digo que sí, que el esguince y lo que quiera. Y me quita la venda y me habla de unos masajes muy buenos para los esguinces, con los que se te coloca el astrágalo, o algo así, y le digo que me parece muy bien y que si puede hacérmelo, pero me comunica que él no conoce exactamente el método, que le da miedo estropeármelo más, pero que si quiero me echa un polvo.
Yo al principio no sé qué responder, porque me pilla de sorpresa, y además estaba con el diccionario buscando astrágalo cuando me dijo lo de follar, así que me imagino que se me puso cara de idiota.
Le dije que no sabía si quería follar con él, (en realidad sí que quería, pero me daba vergüenza, así tan de repente y con el esguince, tenía miedo de parecer torpe)
Él debió de darse cuenta y me dijo que no necesitaba el pie para follar, ya que él era muy fuerte, y me pregunto yo, qué tendrá que ver lo de ser fuerte con mi pie y el esguince, pero aún así le dije que sí, que lo entendía.
En ese momento llamaron a la puerta, y me miró con el ojo raro y me dijo que él ya no me había enviado ningún otro paquete. En ese momento me di cuenta de que no llevaba los dientes metálicos, claro, si los hubiera llevado ya me habría percatado. Todo esto lo pensé muy rápido y Marilyn Manson, muy amable, se ofreció a abrir él la puerta, por lo de mi pie.
Era el cartero con un paquete. Lo abrí y era un coche de bomberos con una miniatura de Robert Smith al volante y una foto dedicada.
Creo que fue en ese momento cuando me atraganté con mi saliva, porque no pude evitar pensar en lo extraño que resultaría aquel menage a trois.