sábado, octubre 08, 2005

Este es el diario de Niña Jonás (6)

Esta mañana me he despertado mojada. Y no es porque haya tenido incontables y agitadísimos sueños de contenido explícitamente erótico (que creo que sí los tuve), sino porque ayer me quedé a dormir en el chalé de cuatro plantas de mi amiga Adriana.
El chalé en cuestión se encuentra sito en una urbanización conocida como Los Arroyuelos, a las afueras de un pueblo de la Sierra Noroeste de Madrid de cuyo nombre no consigo acordarme, quizá porque nunca lo supe.
Se celebraba el lanzamiento del número cero de Grial 5, una nueva revista que aporta frescura y elegancia no exenta de ironía, al panorama actual de las publicaciones de tendencias, y que con su carácter innovador se enfrenta con absoluta profesionalidad al mundo de la moda, el diseño y la escena artística en general, según nos explicó más tarde un señor bajito y con micrófono, que desentonaba totalmente con el resto de los asistentes al evento, y él lo sabía y sudaba.
Mi amiga Adriana, que además de ser la anfitriona era directora ad hoc de la revista, me insistió para que acudiera a la fiesta en el minibús que fletaba la organización, que sería super-divertido y una experiencia que no podía desaprovechar.
No la quise decepcionar comentándole que yo montaba a diario en autobuses de todo tipo, así que le dije que de acuerdo.
El punto de encuentro era la esquina de Princesa con Marqués de Urquijo, o sea, para entendernos, frente al Corte Inglés de Argüelles, dijo Adriana, aunque yo ya lo había entendido.
Llegué al punto de encuentro a las 22:07, y en el minibús ya había comenzado la fiesta. Sonaba Kate Wax y un tipo parecido a Janis Joplin me ofreció nada más subir, un cóctel de color azul en una coqueta copa de diseño de plástico con pajita incorporada y que para mi sorpresa no sabía a Blue Tropic.
Había unas trece personas muy variopintas y felices, todas con copas azules y gran seguridad en sus maneras y atuendos.
Una chica con una melenita rubia como las patatas tipo paja y minifalda de vuelo hacía poses subida a los asientos del minibús, y casi todos los que no tenían los móviles ocupados hablando por ellos o escribiendo mensajes los usaban para hacerle fotos. La cosa estuvo a punto de acabar en tragedia cuando el minibús arrancó y la rubia de melena tipo patatas paja cayó de culo en el pasillo con una pierna enganchada en el apoyabrazos del asiento al que se hallaba encaramada. Al final no sé si se bajó o se escondió entre los asientos, porque no la volví a ver en toda la noche. Lo que sí pude ver al día siguiente fue la foto del tanga naranja de la rubia espatarrada en elpequeñotarzan.net
Llegamos a Los Arroyuelos a las 11:39 y cuando atravesamos la verja del jardín sonaba un tema de Marilyn Manson. Me extrañó bastante porque últimamente lo más cool es hablar despectivamente del mamarracho, aunque también me he percatado de que la gente que dice odiar a MM se pirra por The Beautiful People.
Unos camareros en apariencia guapillos pasaban con bandejas ofreciéndonos nuevamente cócteles azules, y también refrescos, canapés de Mallorca y cervezas del LIDL.

En la primera planta había una pantalla de 3x2 en la que se proyectaban alternativamente fotos de edificios ultramodernos, bosques y campiñas, chicas y chicos super-fashion, comida envasada y animales.
Me acerqué a un grupo que olía a Carolina Herrera y entre cuyos componentes se encontraba Adriana. Me preguntó que qué tal en el minibús, y yo le dije que memorable y me presentó a Roberto, Marijose, Antonio, Abel y Marieta, que chocaron sus cócteles contra mi cerveza en un acto de aceptación de mi presencia y siguieron a lo suyo.
Adriana me rogó que no me olvidara de pedirle un ejemplar de la revista y me preguntó si ya había visto las instalaciones de la 3° planta, que la de Clasius C. le parecía super-divertida, pero que el vídeo de J.Sarmiento sobre platos preparados en fase de descongelación le parecía anodino y pretencioso, y además, que los vídeos de procesos ya están muy vistos, ¿no te parece?, bastante, bastante, le contesté con convicción y me fui para la 3° planta.
Al lado de la instalación de Clasius C. estaba el mismísimo Clasius C. en persona; lo supe porque una niña-mujer con diadema rosa y falda de vuelo gritaba ¡Clasius, Clasius, dos besos, mon amour! Y le plantó dos besos en las mejillas y uno en los morros.
La instalación se llamaba “Dale gracias a Dios” y consistía en unas fotos que tenías que encontrar con la ayuda de un papelito que cogías a la entrada y que ponía, por ejemplo, FOTO 1: DALE LA VUELTA AL MARCO ROJO, y tú ibas y le dabas la vuelta y allí estaba la foto 1; un perrito caniche vestido de Dior sentado en el banco de una iglesia; FOTO 2: EN EL CAJÓN DE LA MESILLA DE LA LÁMPARA, y allí estaba un chow chow disfrazado de Armani encaramado con cara de susto a un botafumeiro, y así sucesivamente, era como una ginkana.
Clasius se acercó a mí y me ofreció unos panchitos; son de cultivo ecológico, me dijo, ¡Ah, bien! contesté con entusiasmo reconozco que un tanto desmayado, y nos quedamos callados cosa de un minuto. Para romper el hielo le pregunté si siempre compraba alimentos ecológicos y me dijo que no, que sólo los panchitos, y entonces una chica con los labios muy rojos y falda azul de vuelo le tapó los ojos por detrás y preguntó, quién soy, y aproveché para subir al ático.
En las escaleras me crucé con un camarero de ojos verdes que se me quedó mirando fijamente y me preguntó si nos conocíamos. Le dije que creía que no y él no dejaba de mirarme a los ojos, parecía que quería hipnotizarme y creo que medio lo consiguió. Seguí subiendo las escaleras cuando lo que en realidad quería era seguir allí hablando con esos ojos, entonces me di la vuelta pero había desaparecido.
Para mi sorpresa en el ático no había un alma, sólo una piscina enorme y una pantalla como la de abajo, en la que se proyectaba una escena bucólica protagonizada por una pareja toda vestida de Adidas que se alejaba de espaldas cogida de la mano y se metía entre unos matorrales.
La cámara se acercaba con un zoom vertiginoso, se metía también entre los matorrales y hacía un barrido sobre la ropa de la que la parejita se había despojado: unas zapas Adidas, una capucha Adidas, unos pantalones pesqueros Adidas, bueno, todo Adidas, menos los calzoncillos que eran de Hugo Boss y las braguitas, de Tommy Hilfiger o de Locking Shocking, tengo esa duda. El caso es que la pareja se lo estaba pasando de lo lindo.
Entonces me fijé en los ojos del chico, y, no, no puede ser, ¡era él, el camarero de la escalera! No me había repuesto aún de la emoción cuando pude comprobar que la tía ¡era yo!
Entonces el camarero, que estaba detrás de mí y me dio un susto de muerte, me dio a elegir entre unos canapés o un chapuzón en la piscina, y aunque tenía hambre, me decanté por la segunda opción, y creo que elegí bien.
El jardinero me despertó a la mañana siguiente al enchufar la manguera hacia la hamaca sobre la que me había quedado dormida, supongo que sin querer. No sé si se disculpó o me insultó en polaco y me largué de allí.
Cuando por fin conseguí montarme en un autobús que me llevara de vuelta a Madrid, me di cuenta que al final había olvidado pedirle la revista a Adriana; pero, a decir verdad, me importó un carajo.