lunes, septiembre 30, 2013

Este es el diario de Niña Jonás (18)

Un día me presenté al II Concurso de Relatos Hiperbreves ma non troppo "La siguiente la pago yo", y vaya usté a saber por qué, me dieron un accésit (de lo cual me alegré un montón), y en la entrega de premios me entregaron un trofeo, y un diploma, y me invitaron a cervezas y canapés, y lo pasamos genial porque los organizadores son unos cachondos y una gente estupenda.

Aquí va el relato:

Coleccionista de frases

Yo solía coleccionar frases. Frases absurdas que no significan nada. Que no sirven para nada. Que no ayudan a nadie. Frases que cortan y pinchan y se transforman y duelen y luego se olvidan de puro inanes. Frases que oía en el metro y en la parada del autobús y en la cola del cine y en el puesto de la carne. Frases como “cuarto y mitad”, “dos para la sala cinco” y “dónde está el baño”, “pásame la sal”, “córteme solo dos dedos”, “me lo envuelve para regalo”, “esto no es lo que parece...”
Decidí aprenderme estas frases. Aprenderlas todas de memoria y usar únicamente estas frases para comunicarme.
Cada día metía frases nuevas en un sombrero y escogía al azar diez o quince para utilizarlas a lo largo de esa jornada. Si alguien me decía, por ejemplo, “tengo entradas para el teatro”, yo respondía: “te acompaño en el sentimiento”; si me paraban por la calle para preguntarme la hora, yo decía “hay que dejar que el viscolátex se expanda”. Un día que me atracaron me tocó decir “me gustó más el libro”.
Cuando me encerraron en una institución psiquiátrica, aun atiborrada de pastillas acerté a decir “el mío lava más blanco” y “a eso hay que añadir el establecimiento de llamada”. “Anda, dame, que tú no sabes” —les espeté mientras me ponían la camisa de fuerza—, “como no te calles te callo”, “por favor, ¿la plaza de Las Descalzas?”; se ve que se me soltó la lengua debido a los efectos del electroshock. Una vez vinieron los de España Directo al hospital para indigentes mentales en el que me hallaba recluida y creo que les quedó un bonito reportaje.
Yo había adelgazado como doce kilos porque los psicoterapeutas me acribillaban a preguntas en las sesiones de terapia y a mí me llevaba cada vez más tiempo y energía aprenderme la enorme cantidad de frases que necesitaba para responder a todo lo que me preguntaban, y esto apenas me dejaba tiempo para comerme los purés. Y es que otras virtudes no tendré, pero no me gusta ser descortés ni antipática ni tan desconsiderada como otros pacientes que no responden o se dan la vuelta cuando les hablan; algunos incluso llegan a agredir a los médicos en medio de una sesión.
Yo no. Yo respondo a todo. Si me preguntan que cómo me encuentro esa mañana les respondo que siempre voy como un reloj; si se sorprenden porque no tengo familiares o amigos que puedan venir a visitarme les digo que los niños son como los borrachos, que siempre dicen la verdad; cuando me preguntaron que qué pretendía robando un cuchillo de la cocina y escondiéndolo debajo de la almohada yo les dije amablemente que mi gato sabe latín.
Me gustaría seguir escribiendo, pero hace ya días que los terapeutas decidieron quitarme las hojas, el bolígrafo y el sombrero; hace días que nadie se molesta en escuchar mis sentencias.
Hoy se intuye un precioso día soleado a través de los cristales oscuros del furgón, y cuando pregunto que dónde me llevan, el conductor de la ambulancia me responde sonriendo que hay que añadirle una aspirina al agua de las rosas.