martes, abril 12, 2011

Este es el diario de Niña Jonás (15)

Hoy ha sonado el despertador a las 10 en punto, pero fui totalmente incapaz de levantarme. Sentía como si alguien hubiera cavado un agujero en mi colchón de látex, me hubieran arrojado dentro envuelta en una gruesa capa de espuma de poliuretano y hubieran tapado el agujero con doscientos kilos de plumas de oca.
A las 11 y 35 llegué a la conclusión de que tenía una gripe de caballo.
Llegué tambaleándome al cuarto de baño, y después de mear me arrepentí terriblemente de haberme mirado al espejo.
Sonó el teléfono, lo cogí y era mi amigo Rafa, que me llamaba por lo de la excursión a la silla de Felipe II, que a qué hora me pasaba a recoger y que teníamos muchísima suerte de que el día hubiera amanecido tan radiante. Yo le dije, mientras me metía en la cama tiritando, que ya me gustaría haber tenido la suerte de amanecer tan radiante como el día, pero que lo de la excursión tendría que esperar.
A los 20 minutos tenía a Rafa a los pies de mi cama, y eso que vive en Rivas, y preguntándome si quería una infusión de boldo o un bocata de tortilla de los que había preparado para la excursión. Pensé que meterme entre pecho y espalda un bocadillo de tortilla para microondas no era el mejor de los planes, así que le pedí que me preparara por favor una infusión de manzanilla, por tomar algo calentito.
Me miró durante unos segundos con cara de lástima y tiró para la cocina.
Cogí la Muy Interesante que Rafa me había comprado en la gasolinera y le eché un vistazo, esforzándome por enfocar las letras. Miré por encima el artículo de “Okupas virtuales” y otro titulado “Versus vs versus” y finalmente me detuve en “Cómo explotar tu inteligencia sexual”, por inercia nada más, ya que no andaba yo para muchas fiestas.
En el artículo explicaban que habían descubierto una proteína en cierto tipo de primate, que aislada y modificada en laboratorio y vuelta a inyectar en el mismo primate, le proporcionaba una conducta sexual similar a la humana. Pero no llegué a enterarme bien en qué era similar: si el mono se lo montaba con publicaciones porno, o si fumaba después del acto, porque se oyó un estruendo brutal en la cocina que me dejó escamada.
Como llamé varias veces a Rafa y no obtuve respuesta, hice un esfuerzo sobrehumano y tras calzarme las zapatillas me dirigí arrastrando los pies hasta la cocina. La tetera estaba en el suelo, al lado de una taza rota y un charco de manzanilla con anís; había azúcar desparramado por toda la encimera y el paquete de galletas de jengibre del Ikea se encontraba abierto. Tomé la decisión de buscar a Rafa, no sin antes cerrar el paquete de galletas, ya que no soporto que se queden revenidas.
La operación no me llevó mucho tiempo, ya que mi casa consta de amplio salón-comedor, un cuarto de baño con mampara transparente, con lo cual ni siquiera tuve que descorrer la cortina para comprobar si por algún extraño motivo Rafa había decidido meterse en mi bañera, dos coquetas habitaciones sin recovecos y una pequeña terraza que se ve perfectamente desde el salón. La cocina ya estaba registrada, en el armario ropero no podía haberse metido porque los dos últimos jerséis que me compré tuve que meterlos a presión y tampoco tuve que molestarme en mirar debajo de la cama, ya que es tipo canapé y Rafa mide más de cinco centímetros de grosor. Así que después de minuto y medio de búsqueda infructuosa llegué a dos conclusiones: que Rafa se había esfumado misteriosamente y que mi casa resulta de lo más aburrida para jugar al escondite.
Había demasiados enigmas por resolver, amén de la necesidad de arreglar el estropicio de la cocina, pero yo tenía cerca de cuarenta de fiebre, así que reservé la poca fuerza que me quedaba para prepararme otra manzanilla y me metí en la cama con el móvil y el paquete de galletas y llamé a Rafa.
No contestaba nadie, pero aguzando el oído me pareció escuchar el politono “con solo una sonrisa” de Melendi al otro lado de la ventana. Levanté la persiana de láminas de mi habitación y allí estaba Rafa, trepado a un árbol y desnudo de cintura para abajo. Este hecho me sorprendió bastante porque yo no recordaba que hubiera un árbol tan cerca de mi ventana.
Rafa tardó mucho en cogerme el teléfono, supongo que le resultaba dificultoso sacarse el móvil del bolsillo interior de su cazadora de cuero sin caerse del árbol; de hecho no consiguió atenderme hasta que Melendi no repitió por tercera vez aquello de “mi cabeza volvió locaaaa ayyy ay volvió locaaaa”, y antes de que yo pudiera decir nada me pidió que por favor le arrojara un par de plátanos por la ventana, ya que le había entrado hambre con tanto trajín.
Y de esta guisa se pasó el día: yo, ora sudando, ora tiritando, y Rafa comiendo plátanos y cacahuetes con cáscara encaramdo a la rama más alta del árbol recién descubierto al otro lado de mi ventana; diría que resultó hasta evocador observar la puesta de sol con la silueta de Rafa saltando de rama en rama. Aunque más tarde pensé, mientras me acababa el artículo de la revista, que voy a sugerirle que si no quiere dejar el bodybuilding, al menos se controle con los frascos de proteínas.

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